Laguna Brava, Kirbus y el Curtiss: 55 años después

El periodista Federico Kirbus escribió en 2014 la mejor crónica de viajes. Es la opinión del editor Carlos Cristófalo, que viajó hasta La Rioja con una Fiat Toro, para revivir la historia de “Un panzazo en Laguna Brava”.

Desde San José de Vinchina (La Rioja) – En 2014, el recordado Federico Kirbus, sobre la base de una investigación de años que realizó junto a Rudi Varela, escribió un libro magistral: “Un panzazo en Laguna Brava”.

Es una crónica que, curiosamente, no habla de autos. Habla de aviones. Y cuenta la historia del aterrizaje de emergencia que el Curtiss Commando C-46 F, perteneciente a Aerolíneas Carreras, realizó el 30 de abril de 1964, sobre las aguas heladas de la Laguna Brava, en La Rioja.

Siempre me fascinó esa magistral prosa periodística, llena de datos informativos y detalles curiosos, sobre una epopeya que estuvo muy cerca de parecerse a la famosa tragedia de “Viven”, pero en versión riojana.

El relato de Kirbus sobre aquél siniestro me gustó tanto como su descripción de Laguna Brava. Un lugar que -según el periodista que mejor recorrió e investigó a nuestra querida Ruta 40– era la maravilla natural menos apreciada de toda la geografía argentina.

Por eso mismo, siempre quise conocer Laguna Brava. Y recién pude darme el gusto cinco años después de aquella publicación. Federico ya no está entre nosotros, pero no dejé de pensar en él durante el viaje de seis días que me tomó llegar hasta los restos del Curtiss.

Laguna Brava es un lugar tan majestuoso como inaccesible. Se encuentra en plena Cordillera de los Andes, muy cerca del histórico Paso Pircas Negras, que comunica con Chile.

La ciudad más cercana es Villa Unión y se encuentra a sólo 150 kilómetros de distancia. Sin embargo, llegar hasta la laguna demanda casi cinco horas de manejo fuera del asfalto. No es un off-road complejo. Se puede llegar con un vehículo de tracción simple, si se conduce con cuidado. El mayor desafío es para el motor y los pasajeros: en pocas horas, se pasan de los 1.100 metros sobre el nivel del mar de Villa Unión hasta los 4.500 del Mirador de Laguna Brava.

Realicé el viaje con la familia ampliada, porque en este caso me acompañaron los habituales (Lola Tyrrell y Vito Cristófalo), pero también Mavi Cristófalo (mi hermana) y Nicole Oppenheimer, mi sobrina. La mayoría de las fotos que se publican acá son de @Nikoppenheimer.

Como no conocía las características del recorrido, en Villa Unión contraté los servicios de Gardi Gallegos, un experimentado guía 4×4, con muchos conocimientos sobre los caminos y la historia del lugar.

Realicé todo el viaje con una Fiat Toro Volcano 4×4, que me prestó el concesionario Automechanika La Rioja, gracias a una gestión de M.S., amo y señor de la flota de vehículos de prensa de FCA Automobiles Argentina.

Gardi lideró la caravana con su veterana Toyota SW4. Tenía la misma potencia que “mi” Toro, pero mayor torque en baja, chasis de largueros y caja reductora. Esos recursos extra me daban tranquilidad, por si la Volcano -con menor cilindrada y sin reductora- llegaba a flaquear en la altura.

Sabía que Laguna Brava me iba a maravillar, pero nadie me había preparado para el imponente paisaje que hay que atravesar hasta llegar a los restos del Curtiss. Es un interminable camino en ascenso, desde la Precordillera hasta la Cordillera, con una combinación de tonalidades que haría morir de envidia al Cerro de los Siete Colores jujeño. En la zona de Pircas Negras, un viejo paso fronterizo frecuentado por caravanas de esclavos, mulas y contrabandistas, se respira una contradicción permanente entre la hermosura del paisaje y el dramatismo de las historias que presenció.

Este fue el escenario del panzazo del Curtiss, pero también la ruta fugitiva de Domingo Faustino Sarmiento, cuando escapó de la Argentina perseguido por Facundo Quiroga. El maestro inmortal fue presidente de la Nación y pasó a la historia como el mayor educador de la Patria, pero en esta zona también lo recuerdan por las 13 postas y refugios que construyó con fondos del Estado, compadecido por las penurias que sufrían los arrieros que transitaban el lugar. Lo padeció en carne propia, mientras escapaba del Tigre de los Llanos.

Fue el escenario donde también transitó Atahualpa Yupanqui. Según la leyenda, este paisaje riojano lo inspiró para su célebre copla de las penas nuestras y las vaquitas ajenas: “Y el arriero va…”

Cada media hora, Gardi recomienda por handy hacer una parada. El descanso sirve para ver algunas formaciones rocosas, con figuras extrañas, y descubrir algunos petroglifos. Pero -sobre todas las cosas- ayuda a aclimatar el cuerpo ante el brusco cambio de altura. En la cabina de la Toro improvisamos una infusión salvadora: yerba y hojas de coca, mezcladas en el mate. No es rico, pero anima el espíritu.

Como conté, hasta la orilla de Laguna Brava se puede llegar en 4×2. Sin embargo, es posible encarar una exigencia extra del camino. Es la última trepada, que lleva hasta la cima del Mirador de Laguna Brava. Ahí sí: es un lugar donde sólo acceden los vehículos con doble tracción y reductora, como las Isuzu Trooper y Jeep Grand Cherokee que me crucé por el camino.

La Toro consiguió trepar hasta la cima del Mirador, con la ayuda de todos sus recursos: caja en modo secuencial, con la primera bloqueada por el modo 4WD Low (que no es reductora y acelerador generoso. Llegar, llegó. Pero el sutil aroma a embrague que se coló en la cabina me recordó por qué las 4×4 con baja aún son necesarias en muchas partes de la Argentina.

El otro problema de Laguna Brava es el viento. Las rachas de 120 km/h son una constante. Para bajar del auto, primero tenés que estacionar con la trompa de cara al viento, bajar la ventanilla (para reducir la superficie de la “vela” en la que se convierte la puerta) y aplicar toda la fuerza de tu cuerpo para vencer la correntada. Caminar y mantenerse en pie es complicado. Respirar, también: el aire que te sacude a cachetazos tiene muy poquito oxígeno.

Recordé una vez más la historia de los tripulantes del Curtiss, que se refugiaron en el fuselaje del avión hasta que llegó el rescate: la altura, el viento, el sol implacable y los fuertes cambios de temperatura los mantuvieron noqueados, durante varios días.

Desde hace años, es imposible llegar hasta el fuselaje del Curtiss. La laguna tiene un metro de agua y el piso –mezcla de arena y salitre- es un pantano blanco. Sólo es posible acercarse hasta un ala del avión, que se desprendió durante el aterrizaje forzoso.

La Torito se portó muy bien, pero siento envidia de las bestiales guanaqueras, que manejaba Don Kirbus por estos pagos.

Carlos Cristófalo

Fotos de Nicole Oppenheimer y Archivo Federico & Marlú Kirbus

Agradecimientos: FCA Automobiles Argentina (Miguel Silva), Fiat Automechanika La Rioja (José Simán Menem Hijo), DS Uno Villa Unión (Gardi Gallegos) y Don Segundo Villa Unión (Vanesa Cayo)