Una tarde con “The Beast”
Es el prototipo del futuro BMW M3 eléctrico. Y tiene un corazón de 18.000 Nm
Carlos Cristófalo superó la “Prueba de la Bolsita de Mareos”.






Desde Spartanburg (Estados Unidos) – Viaje a Estados Unidos para la presentación de la nueva BMW iX, pero como no hay planes de venderla en Argentina, me refugié bajo el alero de un foodtruck, donde servían comida chatarra de Carolina del Sur. Entonces, cuando ya iba por la segunda porción de papas fritas con azúcar (son raras, pero uno se acostumbra a todo), me llamaron para ingresar a un galpón. Lo que me mostraron ahí adentro me pidieron mantenerlo en secreto hasta hoy. Ahora lo puedo contar.
Esto ocurrió en noviembre del año pasado, cuando viajé a Spartanburg para conocer la fábrica de BMW Group y manejar varios modelos de BMW, Mini y Rolls-Royce. En ese viaje también me mostraron la nueva tecnología de puesto de manejo llamada Panoramic iDrive. Sin embargo, lo más espectacular de todo fue dar unas vueltas a fondo sobre un prototipo secreto: el BMW Vision Driving Experience.
¿Qué es? Es un sedán ultradeportivo y eléctrico, que servirá de base para el desarrollo de un próximo modelo de alta performance de la marca alemana. Para ponerlo en términos fáciles de entender, digamos que sería como un M3 del futuro. Y “a pilitas”.
Cuando digo que es un ultradeportivo, no es broma: este aparato camuflado que ves en las fotos y videos tiene un impulsor eléctrico en cada rueda, una potencia que nadie se atrevió a calcular y un torque estimado en 18.000 Nm (algo así como 90 motores T200 del Peugeot 208 argentino).
También existe la posibilidad de que este prototipo -al que apodaron con toda lógica “The Beast” (“La Bestia”)- nunca llegue a la producción. Lo único que les importaba a los ingenieros de BMW con los que charlé en Spartanburg es que este auto era el primer vehículo en llevar una «cajita mágica y romántica», que se usará en los próximos autos del grupo: el Dynamic Performance Control.
Se trata de un cartucho con el hardware y el software creados por BMW Group para poder dominar los potentes (y desbordantes de torque) motores eléctricos de los próximos deportivos de BMW, Mini y Rolls-Royce.
El detalle simpático del cartucho: está decorado con el dibujito de un corazón. Sólo a un alemán se le ocurriría declararle su amor a una pieza informática.
¿Pero por qué este cartucho es tan importante? Si conocés un poco los vericuetos de la industria automotriz, seguramente sepas que las asistencias a la conducción -como el control de tracción, el control de estabilidad, los frenos ABS y la distribución de torque variable- son componentes que, por lo general, fueron desarrollados por empresas autopartistas externas a la marca automotriz. Es la especialidad de firmas legendarias como Bosch, Denso y Valeo, entre otras.
Sin embargo, los ingenieros de BMW Group pensaron que estos componentes eran demasiado importantes como para definir el comportamiento y la personalidad de sus futuros modelos, así que decidieron desarrollar «in house» su propio sistema de Dynamic Performance Control.
El objetivo: reducir costos y tener el control sobre la patente de sus propios inventos, pero también diseñar piezas con el propósito de crear la “ultimate driving machine”, que prometió durante muchos años esta marca.
La presentación técnica del cartucho de Dynamic Performance Control se realizó en el primer piso de un galpón junto a la pista de pruebas de la fábrica de Spartanburg. Mientras en una pantalla nos mostraban un extenso y detallado Power Point, explicado por ingenieros que hablaban en inglés con un intenso acento alemán, desde el piso de abajo llegaba ruidos extraños. El Power Point lo podés descargar más abajo, donde también hay un video con ese curioso sonido.
En esa planta baja estaban los mecánicos y otros técnicos, ajustando los últimos detalles del prototipo, para llevarnos a dar una vuelta a fondo sobre el circuito.
No les voy a mentir: no presté demasiada atención a la presentación y apenas retuve el detalle del corazoncito. Mi mayor preocupación era saber cómo sería la experiencia en la pista, desde el asiento del acompañante, porque no nos dejaron manejar.
Lo confieso: los autos eléctricos muy potentes me marean, sobre todo cuando viajo en el asiento del acompañante. Las náuseas afloran de manera casi inmediata cuando el piloto se dedica a acelerar a fondo, una y otra vez. El famoso torque instantáneo de estos aparatos hace que tus tripas se sacudan y agiten. En esas aceleradas también se revuelve -como coctelera- el frasquito con líquido que todos tenemos en el oído medio. Con esos sacudones, el sensor natural del equilibrio entra en pánico, porque no puede comprender los movimientos del cuerpo y el entorno. ¿El resultado? Se activan las alarmas del organismo en forma de náuseas.
Cuando navego en velero y me agarran estos mareos, la solución es sencilla: tomar el timón y conducir la nave un rato. La mente ocupada, la maniobra previsible y la vista en el horizonte son un remedio santo ante las ganas de “lanzar por la borda”.
Sin embargo, Jens Klingmann no quiso cederme el timón de «La Bestia». Este piloto profesional disputó muchas carreras del WEC y el DTM con diferentes evoluciones del BMW M3 de competición. Sin embargo, Klingmann pasó el último año probando a fondo este prototipo: el sedán eléctrico de guardabarros ensanchados es la criatura más querida por Jens y durante aquellos días de noviembre se dedicó a pasear a fondo -quemando un juego completo de neumáticos cada dos tandas- a varios periodistas de todo el mundo. A esta misma hora varios periodistas de todo el mundo estamos contando al mismo tiempo cómo fue esa experiencia.
Cuando llegó mi turno me subí en el asiento del acompañante y me amarraron con un arnés de seguridad, con cinco puntos de anclaje. En el asiento trasero hicieron lo mismo con Rodrigo Barcia (Autoblog Uruguay) y Alfredo Nin (República Dominicana).
Jens Klingmann me señaló una cajita ubicada justo entre los dos: era el cartucho del Dynamic Performance Control, con el corazoncito grabado en su estuche
Salimos del garage y nos desplazamos bien despacito hasta la pista. Una vez que todos los espectadores se ubicaron en un lugar seguro, Klingmann hizo una señal de “agárrense fuerte” y salió a fondo. Se dijera que salió disparado como una bala sería una mentira, porque arrancó totalmente de costado, con un drifting sobre las cuatro ruedas que nos depositó en la primera curva, envueltos en una nube de humo de caucho y con la banda de sonido del zumbido ensordecedor de los cuatro motores eléctricos.
De ahí en más el mundo se puso en “Fast Forward”. Como si fuera un película reproducida en x3 todo transcurría a una velocidad alucinante. Lo más impresionante de todo es que Klingmann en ningún momento llevaba el auto derecho: el drifting eléctrico más rápido del mundo era su manera de demostrar cómo había sido programado el software del Dynamic Performance Control, para divertirse manejando con el auto cruzado, a toda velocidad, pero con el mayor dominio y pericia que te puedas imaginar. Klingmann llevaba el auto literalmente en el aire, flotando en una nube de humo, con una sola mano. Con la otra me iba a mostrando las diferentes pantallas con medidores de Fuerza G y velocidad de paso por curva. El velocímetro digital parecía haber enloquecido. Sin embargo, tenía la sensación de que mi cabeza iba a ser arrancada del cuello de un momento a otro. Así confirmaba que la lectura era correcta: pasaba de 100 a 170 y 250 km/h en apenas un par de segundos. Después frenaba a cero, para iniciar otra danza eléctrica y brutal.
Por fin, Klingmann coronó su show con un par de donuts y detuvo a “La Bestia” en medio del circuito . Me preguntó si estaba con náuseas y me ofreció una bolsita de papel para mareos, como las que hay en los aviones. Fue raro: a pesar de la sacudida -y de las papas fritas con azúcar revueltas en mi estómago- me sentía en perfecto estado. La experiencia de viajar a fondo en un auto de 18 mil newtonmetros me había dejado helado por completo.
«The Beast» es un BMW que te hiela la sangre. Y las tripas también.
C.C.